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  • Me parece que la descripci n autoetnogr

    2018-10-25

    Me parece que la descripción autoetnográfica que elabora Monsiváis de la noche disidente de los años 90 tiene, en muchos sentidos, el mismo tono de la realizada por Novo para las primeras décadas del siglo xx. Hay en ambos un tono mordaz pero quieto, una agudeza que se fija en los detalles y en los cuadros generales que se desarrollan purchase CAL-101 su alrededor, una mirada solitaria y una lengua seductora. Los dos describen un mundo sórdido hecho de acomodos siempre frágiles, de silencios y pactos, de renuncias y pérdidas. Monsiváis escribe que “gracias a la impudicia o la tradición de no-tener-nada-que-perder, los homosexuales instituyen zonas de estridencia y provocación que, en rigor, son los primeros espacios de resistencia” (Monsiváis 1998: 34). La resistencia surge como un resultado no planeado del afán de tener ciertos lugares: las zonas de estridencia y provocación que instituyeron los homosexuales. Pero siempre son un margen, más o menos amplio, más o menos clandestino y secreto, perseguido o tolerado; un borde o un deslinde del mundo real y normal. También los sujetos se ubican en esa marginalidad estridente y provocadora. Monsiváis se pregunta: La interiorización de los insultos es una forma de trazar purchase CAL-101 el margen en la subjetividad misma, como lo hace Novo con sus autoescarnios, y sus contemporáneos con el choteo y autochoteo. La única manera de lograrlo, como antes lo dijimos, es estableciendo una distancia que permita recibir el insulto, interiorizarlo y luego desdeñarlo por irreal. Lo real regresa de nuevo, pero esta vez de la mano de los escritos de Monsiváis: ¿por qué la intensidad hiriente de las agresiones las haría parcialmente irreales?, ¿la irrealidad está del lado de las agresiones o del agredido?, ¿no podría pensarse que los insultos dan realidad, no la querida, pero alguna al menos, a quien los recibe, y que solo se puede insultar a alguien real? No habría insultos para fantasmas, aunque se recomiende lanzarles improperios a las apariciones y otras presencias semejantes, si llegaran a cruzarse en nuestro camino. En ese caso, ¿por qué huirían al escuchar los insultos? Tal vez podríamos hipotetizar que lo hacen justamente porque eso los hace reales. Los fantasmas agredidos no huirían de los insultos, sino de la realidad que implican. Monsiváis, sin pensar en aparecidos, escribe, paso siguiente, que: “lo intensamente real de los gays se centra en el coito, en el diálogo con los iguales centrado obsesivamente en el sexo. Al ser tan costosa en lo psíquico y lo social la disidencia, acrecientan su significado y su valor los actos sexuales y el idioma del ghetto’ (Monsiváis 1998: 38). ¿Qué sería lo real del coito o más bien qué tipo de intenso real daría el coito? El sexo sería el lugar de una igualdad disidente, pero también el sedimento del idioma del gueto que sirve ante todo para hablar de sexo, como el de Novo servía para burlarse de sí mismo y de los otros homosexuales. El texto sobre la noche popular solo describe colectivos y multitudes urbanas; el de Novo, un personaje histórico y famoso. Monsiváis ve en la noche popular tipos de sujetos que deambulan, sacudidos a abnormal hemoglobin las crisis recurrentes del país, pero indemnes en sus deseos. Monsiváis y Novo describen el sexo proletario; ambos hablan de soldados y de hombres de clases populares, pero los ven de lejos, atractivos y peligrosos a la vez. Dice Monsiváis que Novo: Varias décadas después, muchos ya pueden hablar y son dignos de la palabra, en diversos sentidos. Pero esos hombres y mujeres a quienes ambos autores rodean y miran, a quienes describen de alguna manera, permanecen en silencio. La comunidad que se ha formado es también un límite: entre clases sociales, entre mundos de vida, entre palabras y derechos adquiridos. Monsiváis escribe en su texto sobre la vida nocturna capitalina: “Me detengo al borde del extravío de las identificaciones, y reconozco lo convincente de la voz, cualquiera sea su origen” (Monsiváis 2010b). Ha presenciado un show travesti y está confuso acerca de la identidad de la artista. Se detiene en ese borde que atribuye al otro y no a sus propias categorías de visibilidad e inteligibilidad. De Novo dice que “la provocación es un gran instrumento de salud mental, y por eso todo lo ostenta, su relación con los choferes de autobuses, con los luchadores, con los soldados” (Monsiváis 2008: 59). Ambos autores, cada uno a su manera, son creadores de una alteridad sexual, nocturna, apenas descriptible, pero siempre muda. Esos hombres no hablan. Si la práctica de sí que antes mencionamos requería de la distancia, de carácter retórico, del sujeto con respecto a sí mismo, las prácticas colectivas de constitución de comunidades y redes requieren de esta distancia social en relación con el otro popular. El coleccionista describe sus objetos de maneras diversas: los más raros y lejanos solo a grandes rasgos. En este ejercicio histórico, algunos hablan y otros callan definitivamente.